domingo, abril 23, 2006

El río se asomaba a partir de ambos lados de mi escalera, fluía a travéz del picaporte de una de las puertas. El río hacía ruidos escandalosos que me llegaban en diferido con interferencias y metáforas. Pero me molestaba escuchar el ruido tanto como me molestaba bajar las escaleras o cruzar el umbral de una de las puertas. Un puerto de madera podrida dormía muerto por debajo del nivel del agua, muy por debajo del nivel del agua. Y la lluvia aludía a las lágrimas de ese puerto, la lluvia que entraba por debajo de la alfombra, y por arriba de la alfombra entraba. El río era así como era en aquél entonces, pero era el mismo río de siempre, las mismas aguas de siempre, porque en realidad el río no fluía, la corriente no ardía ni consistía en ser una corriente porque corriente no era. En el sentido de que no corría, ni caminaba, nisiquiera gateaba arrodillada ante mi hogar. Había dejado de hacer eso que hacen los ríos por razones muy lejanas a las suyas propias. Pero tenía las razones suyas propias porque con ellas me golpeaba la puerta, escandalosa, esperando a que abra y la deje entrar.

2 comentarios:

Mikel dijo...

como él solo

Socram dijo...

che, que pasó? quiero seguir leyendo!