lunes, mayo 15, 2006

Aprovecho para contarles de un sueño que tuvo mi amigo Francisco “ombligo deforme” Posse. En su sueño el se encontraba con Edgar Allan Poe. Edgar, desesperado, le pedía a Ombligo (vamos a llamarlo así) que le revisara algunos de sus últimos escritos, de los que se sentía tremendamente inseguro. Ambos apoyaban sus traseros sobre un banco de plaza, Edgar le pasaba un pilón de hojas desordenadas y Ombligo, acomodándose los lentes, se ponía a leer. Edgar, hecho una desastrosa bola de nervios, se agarraba las rodillas y se clavaba las uñas hasta derramar sangre.
Ombligo terminaba el último párrafo y apoyaba las hojas a su lado, lo miraba a Poe que parecía a punto de treparse a un árbol.
- Edgar, querido, aflójale con los adjetivos-
Poe no parecía entender.
- Si, mira acá por ejemplo– Ombligo levantaba una de las hojas y buscaba una frase con el dedo. – Oh sangriento destino, carnicero de mi pálido final. Espantoso e infatigable el tiempo que nos acecha cual filosa navaja, lúgubre susurro desde la eternidad. ¿Te parece? Aflójale un toque. La estructura está bien.-
Luego Poe se esfumaba del banco en la plaza para despertar en su cama, sudoso y afiebrado por una terrible pesadilla.
Ombligo se quedaba un rato mirando las palomas. Tres de ellas fornicaban al lado de una vieja autista. Un perro se acercaba a Ombligo y le ladraba, sonaba como cabra. Lo reconocía, era el poodle del vecino maricón. Despertaba. Lunes otra vez.
Creo que en algún momento entendí que mi ombligo no iba a figurar en el mapa, sin importar la cantidad de horas que podría invertir en buscar dicho agujero en dicho papel plegado. Pero esto debe haber sido después, porque tengo recuerdos frustrantes de hacer exactamente eso.

Lo que no logro adentrar en el cuadro es en qué momento levanté la taza de café del mapa, con el dilatado propósito de mirar lo que escondía debajo: una calle, una esquina, una cuadra, mi ombligo, la calle, la esquina, la cuadra, un ombligo, mi silueta, el ombligo, todo curiosamente atrapado en un anillo de café o de tierra.

Mientras la mancha circular comenzaba a arder, moderadamente, como lo hace un cigarrillo, supuse un dolor en el pupo curiosamente análogo a un dolor inolvidable, un dolor de antaño, un dolor específicamente punzante, cuando mis actitudes, una mujer endemoniada y un muñeco graciosamente similar a mí utilizado como guardaagujas fueron los ingredientes apropiados para una película o el final de un sueño.

lunes, mayo 08, 2006

Gritó ¡Eureka! y al momento se arrepintió. Soltó una risita avergonzada y nerviosa, y levantó la vista del mapa del tesoro que se extendía sobre la mesa. Llevaba tres horas estudiando el dichoso mapa que le habían traído Marcel “El carnicero” y Bruce “El sangriento”, con todas esas claves y adivinanzas enrevesadas, todos esos números y metáforas sobre la riqueza y por fin lo había solucionado. Una desilusión. Todo era una maldita broma, un juego sin solución. No había ningún tesoro, sólo tiempo que perder buscándolo. Alguien se había reído de estos dos trozos de carne con ojos que ahora lo miraban expectantes, sudorosos, desconfiados. Por un momento deseó ser un personaje de novela, una historia apuntada en un bloc de anillas, estar a merced de un dios escritor que lo sacara del atolladero, que supiera manejar a estos dos asesinos, pero cuando Marcel sacó su cuchillo y lo miró con suspicacia supo que todo era real y cierto, y empezó a buscar una historia con un tesoro que le salvara la vida.

domingo, mayo 07, 2006

La perfección se me subió al cuello y empezó a escalarme la cabeza, aferrándose para tal fin, del agujero que descubrió mi oreja al desprenderse. Al llegar hasta la cima se asomó por mi flequillo y se lanzó al vacío. Sus últimas palabras en la base de mi cráneo: EUREKA!
“Qué terrible y ESTÚPIDO complejo (qué complejo no es estúpido?) el que nos impide expresarnos por sentir que, lo que sentimos, no es digno de ser expresado!” me lo dijo mientras se subia las medias hasta las rodillas. Después se dio vuelta y me miró por primera vez en la noche. No se si era martes, pero en el recuerdo me parece tan martes todo, tan medio pelo.
“Tenés que relajarte” le dije sin ganas de decir nada “todo lo que haces es inevitable, sos perfecta porque no podes ser de otra manera”. Y ahí me miró por segunda vez en la noche, pero yo hubiese jurado que era la primera.