Ella se empeñaba en cruzar la calle cuando la vi. Tendría alrededor de cincuenta años y venía con unas bolsas de supermercado en las manos. En realidad no la noté hasta que sucedió. Ella se resbaló con el asfalto húmedo y quedo suspendida en el aire.
No es misterio para ninguno que el tiempo es maleable, pero cuando uno lo ve con los propios ojos, este estiramiento de los segundos, bueno uno se sorprende.
Cuando resbaló ambas de sus piernas se elevaron, primero la zurda y después la otra, hasta que la pobre mujer quedó en plano horizontal, acostada, pero a un metro, un metro cincuenta del piso. Vi como luchaba desesperadamente con todo su cuerpo por aferrarse de algo. Pero encontró solo aire. Soltó las bolsas y buscó con sus brazos, con sus manos, con sus dedos, algo de que agarrarse. Hasta parecía querer agarrarse de algo con los dientes, hasta con los ojos que se le escapaban de su lugar en la cara. Esta mujer no quería caer por nada en el mundo. Uno se olvida de la gravedad (la gravedad de la gravedad). Se vuelve algo tan corriente como respirar. Hasta que la tenés tirándote de culo en la calle. Desparramando tus frutas y verduras por toda la cuadra. Me acerqué y le ofrecí una mano para levantarse, también le junté las naranjas del piso. No me reí de la caída hasta como diez minutos mas tarde.
viernes, agosto 11, 2006
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